La inteligencia artificial (IA) muchas veces ha sido señalada por la magnitud de su necesidad energética y su potencial impacto ambiental. Sin embargo, un nuevo informe de KPMG muestra que, para una mayoría abrumadora de los líderes empresariales globales, la IA ya no es vista como una amenaza climática, sino como una de las herramientas más potentes para acelerar la transición hacia una economía baja en carbono. El reporte, basado en una encuesta a más de 1.200 ejecutivos de grandes empresas en 20 países, revela una confianza casi unánime en su capacidad para impulsar la descarbonización.

Uno de los datos más reveladores del informe “AI’s dual promise: Enabling positive climate outcomes and powering the energy transition” es que el 97% de los ejecutivos considera que la IA tiene un efecto neto positivo en el camino hacia las emisiones cero. A la vez, el 96% cree que las energías limpias podrán abastecer la creciente demanda de esta tecnología. Pero ese optimismo convive con una contradicción: solo el 13% está dispuesto a exigir energía renovable de forma obligatoria si eso implica mayores costos o demoras en los proyectos. En ese delicado equilibrio entre velocidad, rentabilidad y sostenibilidad se juegan muchas de las decisiones estratégicas del presente.
El crecimiento de los centros de datos pone esa tensión en primer plano. Según el informe, hoy la IA explica cerca del 8% del consumo energético de estas infraestructuras, pero ese número podría trepar hasta el 36% en apenas tres años. La cifra enciende alertas sobre el impacto potencial en las emisiones globales, pero también marca una oportunidad. Una parte central del sector apuesta a que la propia IA será la clave para gestionar esa presión: desde la optimización de redes eléctricas hasta la predicción de picos de demanda y la planificación inteligente de la infraestructura.
Las barreras existen y son concretas. Un tercio de los ejecutivos advierte que las limitaciones de las redes eléctricas ya representan un riesgo serio para acompañar la nueva demanda. Las demoras en permisos, ampliaciones y obras de transmisión podrían dejar sin respuesta a una porción significativa del crecimiento energético esperado hacia 2030. A esto se suma un frente regulatorio rezagado —el 75% de los líderes considera que los gobiernos avanzan demasiado lento— y un obstáculo financiero persistente: tanto productores como grandes consumidores señalan que el costo del capital y la falta de fondos siguen frenando la expansión de la energía limpia.
“La IA no solo apoya la transición energética, la está acelerando”, sostuvo Mike Hayes, Global Head of Renewable Energy. “La mayoría de los ejecutivos ya la ve como esencial para alcanzar los objetivos de emisiones netas cero. El verdadero desafío no es frenar la IA, sino dirigir su crecimiento de manera inteligente”, agregó.
Anish De, responsable global de Energía, Recursos Naturales y Químicos, fue directo sobre el impacto estructural que ya se está viviendo: “La demanda energética de la IA es innegable y está redefiniendo cómo pensamos los sistemas eléctricos y la infraestructura. El equilibrio entre crecimiento y sostenibilidad es complejo, pero los líderes ven oportunidades reales para acelerar redes más limpias y eficientes”.
Desde el lado tecnológico, Anna Scally, líder de Tecnología, Medios y Telecomunicaciones para Europa, Medio Oriente y África, puso el foco en el tiempo que corre. “La IA es una de las fuerzas más transformadoras en la conversación climática. Sí, su demanda energética es un desafío real, pero las organizaciones están apostando a que esta misma tecnología será clave para mejorar la planificación, el pronóstico y la eficiencia a gran escala”, afirmó.
Según los autores, las empresas que logren anticiparse —invertir en infraestructura, asegurar financiamiento y navegar un escenario regulatorio todavía inestable— podrían obtener ventajas competitivas decisivas antes de 2027. La lectura de fondo es que mientras el consumo energético de la IA crece con rapidez, también lo hace la convicción de que su poder para ordenar sistemas, reducir ineficiencias y acelerar la transición energética puede ser una de las mejores cartas del sector privado frente al desafío climático.


