Así lo afirma Ioannis Ioannou, profesor de la London Business School, quien además sostiene que el momento actual exige abandonar el concepto ESG como etiqueta de marketing para adoptarlo como herramienta estratégica para anticipar riesgos y construir resiliencia a largo plazo.

Foto: Ioannis Ioannou, profesor de la London Business School.
En un artículo reciente, Ioannou explica que durante la última década, la sigla ESG se convirtió en una especie de mantra para el mundo corporativo global. Empresas de todos los sectores incorporaron estrategias de sostenibilidad, reorganizaron sus equipos de reporte y trazaron ambiciosas metas climáticas. Para muchos, el cambio parecía irreversible. Pero en 2025, el entusiasmo se ha enfriado.
“El retroceso ya no es una amenaza hipotética, es una realidad”, advierte el profesor asociado de Estrategia y Emprendimiento en la London Business School. Ioannou también analiza el fenómeno con una mirada crítica y propone una transformación profunda: dejar atrás el ESG como ejercicio de marca y entenderlo como una herramienta de previsión estratégica.
Silencio incómodo
En Estados Unidos, las menciones a ESG en informes corporativos alcanzaron su punto máximo en 2023 y desde entonces han comenzado a disminuir. Algunas compañías han eliminado discretamente el término de sus comunicaciones, otras han optado por rebautizar sus programas de sostenibilidad, y muchas simplemente han dejado de hablar del tema. Sin embargo, Ioannou advierte que el problema no es semántico: “Eliminar la sigla no elimina las presiones estructurales que la motivaron”.
A pesar del retroceso normativo —como el repliegue de la SEC en materia de divulgación climática—, los riesgos materiales siguen vigentes. Los inversores continúan exigiendo claridad sobre la exposición a la transición energética, los consumidores permanecen atentos, y los desastres climáticos se intensifican. El riesgo, dice Ioannou, es que se está abriendo una brecha preocupante entre lo que las empresas hacen y lo que están dispuestas a comunicar.
Popularidad sin convicción
Para Ioannou, la reacción actual también desnuda una verdad incómoda: no todas las compañías estaban realmente comprometidas con la sostenibilidad. “El concepto ESG se volvió popular, pero popularidad no es lo mismo que convicción”, señala. Muchas empresas adoptaron el lenguaje por moda, por presión reputacional o por acceso a capital. Hoy, con el cambio de contexto político y económico, están retrocediendo.
Pero no todas lo hacen. “Las que incorporaron la sostenibilidad en su estrategia, gobernanza y operaciones están resistiendo”, apunta el académico. “Este no es un momento cómodo para ellas, pero sí uno esclarecedor”.
Una cuestión de poder
El backlash también ha revelado los conflictos internos en las organizaciones. La sostenibilidad se ha convertido en terreno de disputa entre áreas legales, financieras, de marketing y liderazgo. Ioannou plantea una pregunta incisiva a los ejecutivos con los que conversa: “¿En qué están dispuestos a asumir un costo personal?”. Según él, la respuesta más frecuente es el silencio. “Todos quieren sostenibilidad, pero pocos están dispuestos a pagar el precio político o profesional que hoy exige liderar en esta área”.
Reencuadrar la narrativa
Más allá del ámbito corporativo, Ioannou cree que el movimiento ESG cometió errores estratégicos. Al centrarse en reguladores, inversores y ejecutivos, dejó fuera a trabajadores, consumidores y pequeños empresarios. “La conversación se volvió tecnocrática, llena de siglas y conceptos abstractos que no inspiran”, sostiene. Esto facilitó que sectores opositores —como la industria de los combustibles fósiles— reencuadraran el ESG como una amenaza cultural o ideológica.
La solución, según Ioannou, no pasa por la retirada ni por la defensiva. “Lo que se necesita es una recalibración profunda: hacer del ESG un instrumento de previsión estratégica para anticipar disrupciones, gestionar riesgos de transición y construir resiliencia a largo plazo”, afirma.
Liderar bajo presión
Para el académico, esto implica vincular sostenibilidad con resultados de negocio concretos: innovación, eficiencia, talento, competitividad. Y también aceptar que no todos los esfuerzos rendirán frutos inmediatos ni convencerán a todos. “El liderazgo bajo presión sigue siendo liderazgo”, dice.
El retroceso del ESG, concluye Ioannou, es una prueba de autenticidad para las empresas. “La gran pregunta no es si el ESG está bajo ataque —ya lo está—, sino qué harán las compañías cuando los focos se apaguen, cuando hablar de sostenibilidad ya no sea tendencia. ¿Se mantendrán firmes? ¿Sabrán adaptarse sin ceder? ¿Reconstruirán la confianza más allá del directorio?”
La respuesta, advierte, revelará mucho más que una postura empresarial: mostrará qué organizaciones están realmente preparadas para el futuro.