La falta de acuerdo refleja la presión de intereses económicos y políticos enfrentados, mientras crece la evidencia científica y social sobre el impacto del plástico en la salud y el ambiente.

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Después de diez días de deliberaciones, más de 2.600 participantes de 183 países se retiraron del Palacio de las Naciones sin un texto consensuado para el tratado mundial contra la contaminación plástica. La reunión, conocida como INC-5.2, debía avanzar hacia un instrumento jurídicamente vinculante que regule el ciclo completo de los plásticos, desde la producción hasta la gestión de residuos. El resultado fue un nuevo aplazamiento y la confirmación de que las diferencias entre Estados siguen siendo profundas.
El objetivo era ambicioso: establecer límites a la producción, definir reglas comunes sobre químicos peligrosos, fijar esquemas de financiamiento y crear un sistema de cumplimiento global. Pero la falta de acuerdo en estos puntos clave llevó a que la sesión se levantara sin un documento de base para una futura conferencia diplomática.
“Todos los países quieren permanecer en la mesa, pero no alcanzamos el texto que esperábamos”, reconoció Inger Andersen, directora ejecutiva del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA).
El trasfondo del bloqueo
Detrás de la parálisis aparecen factores económicos y geopolíticos. Organizaciones de la sociedad civil denunciaron el peso de la industria petroquímica en las negociaciones, mientras que varios países productores de petróleo y gas se resistieron a establecer límites a la fabricación de plásticos. Greenpeace calificó el desenlace de “llamada de atención” y advirtió que el proceso “no podrá avanzar si no enfrenta de manera frontal los intereses fósiles”.
WWF, por su parte, cuestionó la regla de consenso que rige el Comité Intergubernamental de Negociación (INC). Según la ONG, esa norma permitió que una minoría de países bloqueara la voluntad de una mayoría que sí estaba dispuesta a avanzar hacia un tratado ambicioso. “Continuar sin un cambio radical en el proceso sería fútil”, advirtió Zaynab Sadan, jefa de política global de plásticos de la organización.
Empresas: entre la decepción y la búsqueda de certezas
El sector privado también mostró descontento. Más de 300 compañías reunidas en la Business Coalition for a Global Plastics Treaty señalaron que la falta de un marco internacional demora inversiones y genera incertidumbre regulatoria. Sin embargo, remarcaron la creciente coincidencia entre gobiernos y empresas en torno a medidas como la responsabilidad extendida del productor y el rediseño de productos.
“Un tratado ambicioso y armonizado reduciría costos y complejidad para los negocios, además de incentivar soluciones”, sostuvo Rebecca Marmot, ejecutiva de Unilever. La Fundación Ellen MacArthur coincidió en que, aunque no hubo acuerdo, el alineamiento logrado en los últimos tres años entre países, compañías y sociedad civil constituye una base inédita para futuros avances.
Una carrera contra el tiempo
La negociación se inició en 2022 con la meta de concluir en 2024. Esa fecha ya quedó atrás, y el cronograma se estira mientras la evidencia científica advierte que solo el 9% de los plásticos se reciclan a nivel global, y que su acumulación en ecosistemas, agua y alimentos representa un riesgo creciente para la salud humana.
El presidente del INC, el embajador ecuatoriano Luis Vayas Valdivieso, buscó enviar un mensaje de resiliencia: “Fallar en alcanzar la meta puede generar frustración, pero debe servir para renovar energías y compromisos. El día llegará en que la comunidad internacional se una para proteger el ambiente y la salud de nuestra gente”.
Por ahora, el proceso sigue abierto. La próxima ronda de negociaciones (INC-5.3) aún no tiene fecha confirmada, y la comunidad internacional se enfrenta a la incómoda realidad de que el Tratado Global contra el Plástico —anunciado como histórico hace apenas tres años— continúa sin materializarse.