La agricultura en América Latina y el Caribe se encuentra en un punto de inflexión. Por un lado, el sector es esencial para garantizar la seguridad alimentaria de una población en expansión y para sostener economías rurales que dependen de él. Por otro, enfrenta tensiones crecientes derivadas del cambio climático y de prácticas productivas que han dejado una huella ambiental significativa. La necesidad de equilibrar estos factores coloca a la región ante un desafío estructural: cómo producir más y mejor sin comprometer los recursos naturales.

El su reciente informe titulado “Desarrollo sostenible de la agricultura en América Latina y el Caribe“, el BID hace un diagnóstico que identifica obstáculos persistentes. Se menciona que la pobreza rural continúa siendo un rasgo estructural en varios países, mientras que la productividad agrícola muestra signos de estancamiento desde hace décadas. A esto se suma una infraestructura deficiente, la escasa inversión en investigación e innovación, y desigualdades de género y étnicas que limitan la inclusión de comunidades campesinas e indígenas en las cadenas de valor.
El análisis también pone de relieve la vulnerabilidad del campo frente al cambio climático. Sequías prolongadas, inundaciones recurrentes y fenómenos meteorológicos extremos amenazan tanto la producción de alimentos como los ingresos de los agricultores. En este contexto, la adopción de tecnologías resilientes y la transición hacia modelos sostenibles aparecen como una necesidad urgente más que como una opción de largo plazo.
Los especialistas sostienen que no bastan las innovaciones tecnológicas aisladas. La transformación del sector requiere fortalecer instituciones, diseñar políticas públicas más efectivas y garantizar inversiones en bienes comunes como la infraestructura hídrica, el acceso a financiamiento y la generación de conocimiento. Sin estos elementos, las brechas existentes podrían profundizarse.
El informe plantea un enfoque integral organizado en líneas de acción específicas y transversales: promover tecnologías adaptadas al clima, incentivar prácticas agrícolas sostenibles y reforzar la capacidad institucional a nivel local y nacional. También subraya la importancia de articular experiencias internacionales con las realidades propias de la región para construir un sector agrícola productivo, sostenible e inclusivo.
En síntesis, la investigación advierte que el futuro de la agricultura en América Latina y el Caribe dependerá de la capacidad de sus países para convertir un escenario de múltiples riesgos en una oportunidad de transformación estructural. El desafío es mayúsculo, pero también lo es el potencial de la región para convertirse en un referente global de producción sostenible.