Por Florencia Salvi, especialista en estrategia de sustentabilidad, procesos de diálogo e impacto social, y consultora del Premio Ciudadanía Empresaria de AmCham.

Foto: Florencia Salvi.
Parece trivial recordar que nosotros, los seres humanos estamos compuestos, según la etapa de la vida, entre un 50% y un 70% por agua. Es decir que literalmente somos agua. Por eso, dedicar en nuestro calendario una semana para reconocer el rol vital de este recurso, tanto para nuestros cuerpos como para el ecosistema, es fundamental. Negar su importancia sería, en efecto, negar nuestra propia esencia.
El agua no es solo un elemento de la naturaleza. Es la base de toda forma de vida en el planeta, el motor silencioso de nuestras economías, la condición para lograr una buena salud, la seguridad alimentaria y la paz social, entre otras cosas. Donde falta el agua, se profundizan las desigualdades, aumentan los conflictos y se resquebrajan los tejidos comunitarios. Por eso, hablar del agua es hablar de vida, de futuro.
Sin embargo, este tesoro natural enfrenta hoy desafíos que ya no pueden esperar. El mundo nos muestra una realidad que nos exige trabajar tanto sobre su disponibilidad como sobre el cuidado de su calidad. En términos de disponibilidad, tenemos una paradoja inquietante: aunque más del 70% de la superficie terrestre está cubierta de agua, solo una mínima parte es dulce y apta para consumo humano. Pues, lo que asumimos como un recurso abundante e infinito, en realidad es escaso y frágil.
A esta paradoja se suman amenazas que crecen año a año: la sobreexplotación de acuíferos y ríos, la contaminación generada por actividades productivas y urbanas, la pérdida de ecosistemas clave como humedales y glaciares, la desigualdad en el acceso al recurso y, de manera cada vez más evidente, el impacto del cambio climático que altera los ciclos hidrológicos y expone a millones de personas a sequías extremas o inundaciones devastadoras. Tanto es así que, las Naciones Unidas advierte que más de 2.000 millones de personas en el mundo aún carecen de acceso a agua potable segura. Es una cifra que estremece y que nos recuerda que estamos frente a un problema global, pero también cotidiano.
Frente a este panorama, debemos comprender que el agua no es propiedad de nadie, sino patrimonio de todos. Y al ser un bien común, su cuidado es una responsabilidad compartida que involucra a gobiernos, empresas, organizaciones y, por supuesto, a cada ciudadano. La pregunta no es si podemos hacerlo, sino si estamos dispuestos a asumir el compromiso que ello implica.
La Agenda 2030 y los Objetivos de Desarrollo Sostenible nos marcan un rumbo claro. El ODS 6 propone “garantizar la disponibilidad de agua y su gestión sostenible y el saneamiento para todos” antes de 2030. Esta meta, lejos de ser un ideal abstracto, implica acciones concretas: mejorar el acceso universal, asegurar la calidad del recurso, proteger las fuentes, promover un uso más eficiente y equitativo y, al mismo tiempo, educar en un cambio cultural profundo que nos haga entender que el agua no es infinita. Para alcanzarla, necesitamos voluntad política, inversión sostenida, innovación tecnológica y un compromiso ciudadano que se traduzca en conductas diarias.
Cada actor social tiene un rol irremplazable: los gobiernos, con políticas y marcos regulatorios firmes; las empresas, reduciendo su huella hídrica e invirtiendo en tecnologías limpias; las comunidades, defendiendo y gestionando sus fuentes de agua; y cada persona, adoptando hábitos responsables y exigiendo que el agua se proteja como lo que es: un recurso estratégico y vital.
Por ello, hace más de un cuarto de siglo, desde el Premio Ciudadanía Empresaria de AmCham Argentina promovemos y visibilizamos iniciativas privadas que innovan en sostenibilidad, abordando con convicción los desafíos presentes y futuros con relación a la regeneración de nuestros ecosistemas naturales. Más que un reconocimiento, se trata de un estímulo que inspira a multiplicar compromisos y alianzas, entendiendo que la salida nunca es individual: solo a través de la convergencia de esfuerzos podremos enfrentar con eficacia la crisis climática y garantizar así que el agua siga siendo sinónimo de vida, equidad y desarrollo para las próximas generaciones.
En esta Semana Mundial del Agua, más que un homenaje, debemos hacer un compromiso. Porque cuidar el agua es cuidar la vida misma. Y no hay causa más urgente, ni más noble, que esa. Cada vaso que bebemos, cada alimento que llega a nuestra mesa, cada árbol que crece y cada río que fluye nos recuerdan que dependemos de este recurso como todas las especies del planeta. El futuro será sostenible o no será, y el agua será siempre la primera y más decisiva prueba de nuestro compromiso con la vida.