La COP30, celebrada en Belém y marcada por la expectativa de decisiones históricas, cerró sin consensos en los dos puntos que la comunidad científica considera inaplazables: la transición fuera de los combustibles fósiles y la aprobación de una hoja de ruta para detener y revertir la deforestación hacia 2030. Pese al apoyo mayoritario a ambos objetivos, la falta de voluntad política de un grupo significativo de países impidió incorporarlos en los textos oficiales, dejando a la vista un desacople entre la urgencia climática y la capacidad real de los gobiernos para actuar.

Foto: Rafa Neddermeyer/COP30 Brasil Amazônia/PR.
Lo ocurrido en la Amazonía mostró con nitidez la fractura interna del régimen climático. Más de 86 países respaldaron una referencia explícita a la salida progresiva de los combustibles fósiles, y más de 90 apoyaron un plan para frenar la destrucción de los bosques. Sin embargo, una resistencia organizada —que no cedió ni frente al récord de un año completo por encima de 1,5 °C— logró bloquear ambos avances en el ámbito formal.
El resultado fue una cumbre que, aunque celebró algunas decisiones moderadas, dejó sin resolver el corazón del problema. La ausencia de un compromiso vinculante sobre combustibles fósiles y la falta de un plan operativo para detener la deforestación explican gran parte del malestar de organizaciones ambientales y del sector científico, que habían identificado esta COP como un posible punto de inflexión.
Avances limitados y un clima de frustración
En términos formales, los países aprobaron la creación de un mecanismo de transición justa para fortalecer la cooperación internacional y remarcaron en el preámbulo la importancia de pueblos indígenas, comunidades locales y afrodescendientes. También se renovó la Agenda de Acción con 117 planes sectoriales y se lanzó el Tropical Forest Forever Facility para financiar la reducción de la deforestación en países tropicales.
Pero no hubo acuerdo para incluir lenguaje explícito sobre fósiles ni para adoptar un Plan Global de Respuesta que cierre la brecha de ambición hacia 2035. Tampoco hubo avances significativos en materia de financiamiento climático.
El sentimiento de frustración se multiplicó fuera de las salas de negociación. Más de 50.000 personas marcharon en Belém exigiendo medidas concretas, en lo que se convirtió en la mayor movilización climática registrada en la región amazónica. Los pueblos indígenas tuvieron una participación inédita y avanzaron en la demarcación de catorce territorios en Brasil, asegurando más de 2,4 millones de hectáreas.
Las iniciativas paralelas: el recurso frente al estancamiento
Ante la imposibilidad de traducir los debates en decisiones oficiales, la presidencia de la COP anunció dos procesos paralelos: una hoja de ruta para la transición justa, ordenada y equitativa fuera de los combustibles fósiles, y otra para detener y revertir la deforestación. Ambos documentos se desarrollarán fuera de las negociaciones formales y deberán presentarse en la COP31.
Para especialistas y organizaciones, estas iniciativas tienen potencial para reactivar la discusión, pero su carácter no vinculante refleja la debilidad estructural del consenso internacional. Para Brasil y algunos aliados, en cambio, representan un camino pragmático para sortear bloqueos geopolíticos sin abandonar los temas más sensibles de la agenda.
La lectura de Brasil: reivindicación del liderazgo y del multilateralismo
Mientras la sociedad civil denunció “una oportunidad perdida”, el Gobierno brasileño presentó una interpretación opuesta: la COP30 habría logrado cumplir sus tres grandes objetivos —reforzar el multilateralismo, conectar el proceso con las personas y acelerar la implementación— en uno de los contextos geopolíticos más frágiles desde la firma del Acuerdo de París.
Brasil reivindicó su rol al haber elevado el debate sobre el futuro de los combustibles fósiles, aun frente a la falta de consenso, y al haber impulsado por iniciativa propia las dos hojas de ruta que marcarán el rumbo de la discusión global. También destacó avances formales como la triplicación del financiamiento para adaptación, el lanzamiento del Mecanismo de Belém para una Transición Global Justa, el nuevo Plan de Acción de Género y Clima y el Acelerador de Implementación Global.
Según su lectura, la conferencia inauguró un mutirão mundial contra el cambio climático y consolidó herramientas concretas para intensificar la acción global. Para Brasil, la COP30 no fue un fracaso sino el inicio de una nueva fase centrada en transformaciones reales más que en negociaciones interminables.
Un desenlace que deja abierta la disputa central
La COP30 cerró reflejando una realidad doble: avances técnicos relevantes pero insuficientes frente a la urgencia climática, y una creciente distancia entre lo que exige la ciencia y lo que permiten las tensiones políticas. Lo que ocurra con las hojas de ruta impulsadas por Brasil y con el llamado a un esfuerzo global determinará si Belém quedará como una cumbre de transición o como el preludio de un cambio más profundo.
Por ahora, lo único claro es que el mundo llegará a la COP31 con los dos debates más importantes —fósiles y bosques— aún sin resolver.


