“Necesitamos narrativas que trasciendan la simple advertencia para ofrecernos visiones concretas de futuros sostenibles”

Así lo afirma Julio Rojas, guionista y escritor chileno, quien fue uno de los speakers destacados del XXV Encuentro Anual de Socios de Acción Empresas. La necesidad de “utopías pragmáticas” que no ignoren los desafíos actuales pero que muestren caminos viables hacia la superación, cómo cree que serán los líderes del futuro, la relación entre IA y el sentido de la responsabilidad profesional, y qué acciones individuales considera que pueden marcar la diferencia para un mundo más sostenible, entre los destacados.

Foto: Julio Rojas, guionista y escritor chileno reconocido por su exitosa audioserie Caso 63 (2020).

Como creador de historias, ¿qué rol cree que juega la narrativa y la ficción en generar conciencia sobre el cambio climático y la sostenibilidad?

La narrativa siempre ha sido el gran simulador de futuros. Desde Mad Max hasta Dune, la previsualización de lo que puede suceder con el planeta y el derrumbe de los pilares de la sustentabilidad está presente en el imaginario colectivo. La ciencia ficción funciona como un oráculo y advierte sobre las red flags que pueden aparecer si no prestamos atención a los puntos de inflexión que no debemos cruzar.

Sin embargo, reconozco que hay poca narrativa utópica en la ficción. Rara vez encontramos historias donde se haya alcanzado el bienestar y la sostenibilidad. Quizás esto se deba a que la ficción siempre nace del conflicto, y cuando todo va bien, no hay mucho que narrar.

Las distopías climáticas han dominado nuestra imaginación cultural durante décadas. Interstellar o The Last of Us, nos presentan futuros devastados por catástrofes ambientales y han sido efectivas como mecanismos de alerta. Sin embargo, existe un problema fundamental con el predominio de estas narrativas: generan una sensación de inevitabilidad y desesperanza. Al bombardearnos constantemente con imágenes de destrucción y colapso, estas historias pueden provocar parálisis psicológica en lugar de acción. La psicología ambiental nos muestra que el miedo extremo no siempre motiva cambios positivos; con frecuencia produce negación, evitación o simple resignación.

Lo que urgentemente necesitamos son narrativas que trasciendan la simple advertencia para ofrecernos visiones concretas y deseables de futuros sostenibles. “Utopías pragmáticas” que no ignoren los desafíos actuales, pero nos muestren caminos viables hacia su superación. Necesitamos historias donde las ciudades hayan transformado sus infraestructuras para integrar perfectamente tecnología y naturaleza, donde comunidades hayan desarrollado nuevas formas de gobernanza ambiental colaborativa, y donde la tecnología avanzada se utilice para restaurar, no solo mitigar el daño ambiental. Y quizás experimentar en simulaciones inmersivas, en realidad virtual o en otros formatos estas narrativas.

Si tuviera que escribir una historia sobre el liderazgo del futuro, ¿qué elemento debería caracterizar al buen líder y cómo sus habilidades podrían contribuir con generar las transformaciones que el mundo necesita en materia de sostenibilidad?

El líder del futuro no será alguien que imponga su visión, sino alguien capaz de colaborar con inteligencias emergentes. Será un traductor entre mundos: el humano y el sintético, el biológico y el digital, el pasado y el futuro. Creo que su protagonista no sería un líder tradicional, sino alguien que entiende que la IA no es solo una herramienta, sino un socio colaborador y en comensalismo en la construcción del futuro. Creo que no necesitamos líderes que tomen decisiones con datos del pasado, sino aquellos que sepan mirar en prospectiva, tener pensamiento de catedral, de 500 años hacia el futuro, conversar con una inteligencia que piensa en escalas de tiempo completamente nuevas, no tenerle miedo a la tecnología. Y jamás quedarse quieto. Un líder del futuro es el que sabe hacer las mejores preguntas a su socio, la inteligencia artificial general (AGI). El desafío es que este líder debe enfrentar un dilema: aceptar los futuros que la IA propone, sin desalinearla, y desafiarla a imaginar algo aún mejor.

Vivimos en una época de grandes cambios tecnológicos y sociales ¿Cómo se debe relacionar la Inteligencia Artificial y el sentido de la responsabilidad profesional?

Es una tremenda pregunta. A ver, la tecnología nunca es simplemente técnica – siempre está entrelazada con valores, estructuras de poder y visiones sobre qué tipo de sociedad queremos construir. La responsabilidad profesional en esta nueva era consiste en reconocer y actuar conscientemente sobre esta interconexión.

Creo que la relación entre la Inteligencia Artificial y la responsabilidad profesional constituye uno de los desafíos éticos más importantes de nuestra era. Esta intersección exige un enfoque multidimensional que va más allá de consideraciones puramente técnicas. La IA (al menos la IA débil o estrecha, que es la que está ahora) no es simplemente una herramienta neutral. Al diseñar, implementar y utilizar sistemas de IA, se toman decisiones que reflejan valores humanos y que tienen consecuencias reales. Los sesgos algorítmicos, la opacidad de los modelos “caja negra”, y la potencial amplificación de desigualdades existentes no son fallas técnicas aisladas sino manifestaciones de decisiones humanas incorporadas en estos sistemas.

La responsabilidad profesional en la era de la IA entonces, creo que debe extenderse en varias direcciones: Primero, quienes desarrollan IA tienen la responsabilidad de crear sistemas que respeten principios fundamentales como la equidad, transparencia, privacidad y autonomía humana. Esto incluye un compromiso con la diversidad en los equipos de desarrollo y en los datos de entrenamiento, así como tener procesos de evaluación para detectar y mitigar impactos negativos potenciales.

Segundo, quienes implementan soluciones de IA en contextos organizacionales tienen la responsabilidad de hacerlo de manera que apoye, no que socave, el bienestar humano y la dignidad laboral. Esto significa involucrar a todos los stakeholders afectados en decisiones sobre cómo y dónde desplegar estos sistemas.

Tercero, los profesionales que utilizan IA en su trabajo cotidiano deben mantener una “autonomía vigilante” – aprovechar las capacidades de la IA mientras conservan su juicio crítico y su responsabilidad última por las decisiones tomadas. Esto hasta que no nos supere, tenga su propia agenda y no podamos comprenderla, ya que su IQ podría ser de un hipotético 1.000 o más, superando significativamente las capacidades humanas y mejorar continuamente. Pero por mientras, mientras estemos a cargo, Los marcos regulatorios y éticos deben evolucionar junto con esta tecnología, estableciendo estándares claros que promuevan la innovación responsable sin permitir que consideraciones puramente económicas o técnicas predominen sobre valores humanos esenciales.

Como sociedad, muchas veces sabemos qué debemos hacer para cuidar el planeta, pero no siempre lo hacemos. ¿Cree que la innovación y/o la tecnología podrían ayudar en favor de la sostenibilidad?

Sin duda, pero la clave nuevamente serán las preguntas correctas para diseñar el futuro, o sea la manera en que la dejamos soñar. La IA puede ayudarnos a optimizar la energía, predecir el clima, regenerar ecosistemas… pero su verdadero potencial es imaginar soluciones fuera de nuestro paradigma actual.

La tecnología y la innovación tienen un papel fundamental que desempeñar en el avance hacia la sostenibilidad, pero debemos replantearnos cómo las utilizamos. Tradicionalmente, hemos aplicado la innovación para hacer que nuestros sistemas actuales sean “menos malos” – reduciendo emisiones, minimizando desperdicios o haciendo procesos más eficientes. Sin embargo, este enfoque incremental podría no ser suficiente ante la magnitud de los desafíos que enfrentamos.

Por ejemplo, en lugar de solo hacer ciudades más eficientes, podríamos preguntarle a la IA: ¿qué es una ciudad en un mundo completamente regenerativo? ¿Cómo sería una economía sin desperdicio, donde todo lo creado vuelve al sistema en nuevas formas?

La brecha entre conocimiento y acción en materia de sostenibilidad no es principalmente un problema técnico, sino cultural y psicológico. La innovación más valiosa podría ser aquella que nos ayude a superar las barreras cognitivas, emocionales y sociales que nos impiden actuar conforme a lo que ya sabemos. La tecnología puede facilitar la transición hacia prácticas sostenibles haciendo que las opciones responsables sean las más sencillas, atractivas y accesibles.

Creo que estamos acostumbrados a pensar en innovación como pequeñas mejoras incrementales. Pero lo que viene es una innovación generativa: un futuro diseñado desde cero con la ayuda de una inteligencia que no está limitada por nuestra historia ni nuestras preconcepciones. Me gusta pensar que el futuro que imaginamos aún no es el futuro. El futuro es eso que aún ni siquiera podemos imaginar.

Si pudiera enviar un mensaje al futuro, digamos al año 2050, sobre lo que estamos haciendo hoy en términos de sostenibilidad, ¿qué le diría a las futuras generaciones?

A quienes habitan el mundo en 2050:

Estamos, hoy, en el 2025 en un punto de inflexión histórico. Hoy reconocemos la magnitud de la crisis climática y comenzamos a actuar, aunque con una mezcla contradictoria de urgencia y titubeo. Vivimos en la tensión entre la inercia de sistemas establecidos y la emergencia de nuevos paradigmas. Entre el cuestionamiento e las democracias, el fantasma nuclear , la polarización, el odio y el miedo al otro.

En este momento coexisten dos mundos: uno anclado en la extracción y el consumo ilimitado; otro que emerge con visiones regenerativas donde la tecnología y la naturaleza establecen nuevas relaciones simbióticas.

Estamos aprendiendo a colaborar con la inteligencia artificial y la convergencia de qubits, átomos, y neuronas para imaginar posibilidades que antes no podíamos concebir. Comenzamos a entender que la sostenibilidad no consiste simplemente en hacer menos daño, sino en diseñar sistemas que restauren y regeneren los ecosistemas.

Si logramos transmitirles un mundo habitable, no habrá sido por simple optimización de lo existente, sino por una transformación profunda en nuestra relación con el planeta. Las semillas de esa transformación se están plantando ahora, en comunidades que experimentan con nuevas formas de habitar, producir y relacionarse.

Quizás lo más valioso que estamos descubriendo es que el cambio no vendrá solo de la tecnología o la política, sino de una nueva narrativa sobre lo que significa prosperar como civilización. Estamos comenzando a entender que nuestro bienestar está indisolublemente ligado al bienestar de todos los sistemas vivos. Como un sistema rizomático, colaborativo y de ganar ganar.

Si hemos fallado en aspectos fundamentales, espero al menos que nuestra época les haya dejado la valentía para imaginar lo que nosotros no pudimos, y para implementar lo que nosotros apenas comenzamos a concebir.

No sé qué futuro construimos, pero espero que no solo hayamos sobrevivido, sino que hayamos aprendido a imaginar mejor”.

Desde una mirada más humana y personal, ¿qué acciones individuales cree que realmente pueden marcar la diferencia para un mundo más sostenible?

Creo que estamos entrando en la era de la imaginación aumentada. La sostenibilidad ya no es solo una cuestión de consumir menos o reciclar más, sino de repensar completamente lo que significa existir en este planeta con una nueva inteligencia.

A nivel individual, lo más importante que podemos hacer es cambiar nuestra forma de pensar el futuro. No verlo como un destino predefinido, sino como algo que podemos co-crear con esta nueva inteligencia y su tecnología disruptiva.

Acciones concretas: adoptar una mentalidad de diseño, no solo preguntarnos “¿qué puedo hacer?”, sino “¿qué puedo imaginar con la IA que antes no era posible?”; revisar nuestras narrativas, pues si seguimos contando historias de escasez y crisis, eso será lo que construyamos – necesitamos historias de regeneración, de colaboración con la IA, de futuros donde la tecnología y la naturaleza coexistan; y educar a las siguientes generaciones en la alfabetización de los sueños, no solo enseñarles a programar, sino a preguntarles a las máquinas: “Si no hubiera límites, ¿cómo sería el mundo ideal?”.

Estamos en la era donde lo imposible dejó de ser un problema técnico y se convirtió en un problema narrativo. La IA no solo acelerará nuestro pensamiento, sino que nos obligará a redefinir nuestra capacidad de imaginar.

Lo más poderoso que podemos hacer es atrevernos a soñar con ella. Es decir, combinar lo más humano y antiguo que tenemos, la capacidad de soñar, con lo más nuevo que hemos construido, la tecnología. Esta co-creación de visiones para un mundo sostenible representa quizás la forma más elevada de innovación: no solo resolver problemas dentro de paradigmas existentes, sino reimaginar completamente los sistemas y relaciones que definen nuestra existencia en este planeta.

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